
David Callejo.
Anestesista infantil.
Desde muy joven, David Callejo tuvo claro que quería dedicarse a ayudar a los demás, aunque no sabía exactamente cómo. La medicina apareció en su camino tras una conversación con su padre, quien le confesó —por primera vez— una ilusión personal: le encantaría tener un hijo médico. Aquel momento, sencillo, pero profundamente emotivo, marcó un punto de inflexión. Sin antecedentes médicos en su familia, David decidió emprender un camino que no solo le daría una profesión, sino una forma de vida.
Ser médico no termina al quitarse el uniforme.
Es una forma de vivir, de estar
para los demás, incluso sin que nadie lo pida.
La vida como vocación.
David es anestesista pediátrico en la sanidad pública, una especialidad tan delicada como crucial, donde cada decisión y cada gesto impactan directamente en la vida de los más pequeños y sus familias. La vocación que un día nació como una idea se ha convertido en un compromiso que lo acompaña las 24 horas del día. Para él, la medicina no es solo una profesión: es una forma de estar en el mundo. Es el amigo al que siempre se consulta, el que no desconecta del todo ni cuando se quita el uniforme. Porque ser médico, en su caso, no tiene horario.
David da todo de si mismo en cada cirugía, especialmente en dos momentos que para él lo significan todo: cuando acompaña a un niño al quirófano y los padres, con miedo, pero con confianza, lo dejan en sus manos; y cuando, al terminar, puede llamarles y decirles que todo ha salido bien. Esos instantes lo conectan con el joven que un día soñó con ser médico y le recuerdan por qué eligió este camino.
Su forma de ejercer la medicina se apoya en dos pilares fundamentales: la profesionalidad, con un compromiso firme hacia la excelencia y la formación continua; y la humanidad, entendiendo que no atiende enfermedades, sino personas que atraviesan momentos de vulnerabilidad.


El uniforme del cuidado.
Para David, ponerse el uniforme es un ritual. En los momentos de máxima tensión, como antes de una cirugía compleja, el acto de cambiarse simboliza también una transformación: dejar los nervios atrás y centrarse por completo en el bienestar del paciente.
El uniforme debe reflejar los valores del colectivo sanitario: seguridad, profesionalidad y cercanía. Tiene que ser cómodo, suave, repelente a líquidos y con protección antibacteriana. Incluso detalles como el gorro con tejido absorbente marcan la diferencia en jornadas largas y exigentes. Porque transmitir calma, seguridad y humanidad también empieza por cómo nos presentamos ante el paciente.
